domingo, 15 de junio de 2008

EL CANTO DEL AGUA




Se detuvo a observar el espectáculo que le brindaban las hojas de los árboles, al caer como cascadas inertes, grotescas, sin rumbo aparente llevadas por el viento. Como todos los días y desde hacía ya un tiempo, había comenzado a transitar por el parque; el espectáculo era siempre el mismo, cambiante por las estaciones, pero sus vivencias eran distintas cada vez.
Acomodó el cuello de la gabardina, colocó sus manos en los bolsillos y apuró el paso. De pronto una ráfaga lo tiró a suelo, junto a las primeras hojas amarillas que acababan de caer y se vio joven, atendiendo a las primeras manifestaciones de las hormonas, una sombra sobre los labios, aquel beso, la primera mujer... se incorporó y esta vez fue llevado con rapidez hacia un costado donde las hojas habían adquirido un tono marrón; y experimentó el abandono de sus seres queridos, el desapego de todo lo terrenal... se volvió a incorporar y esta vez la ráfaga fue más fuerte que otras veces y lo arrastró hacia el centro, junto a hojas enlodadas pudriéndose entre larvas que cumplían a gusto su tan ansiada metamorfosis y ese canto sonoro que emergía del fondo como un río de almas hacia la nada, le heló el cuerpo. De pronto la visión de las hojas se transformó en cuerpos desnudos, manos, ojos destellantes en la oscuridad barridos por la parca hacia el fondo en un canto cristalino y desgarrante. Logró con esfuerzo asirse a un cadavérico árbol y se arrastró como gusano, sacando su cabeza hacia la luz. Sus manos lograron tocar el límite opuesto del parque. Acarició las baldosas frías como si fueran una salvación. Se incorporó, alisó su gabardina, subió el cuello, colocó las manos en los bolsillos y apretó el paso.
Se dijo que tendría que abandonar estos diarios paseos matinales por el parque; hasta ahora había sorteado muchas veces el mismo camino, pero esta vez había sentido el canto del agua, esta vez había estado cerca, muy cerca...

Mónica Marchesky

No hay comentarios: