lunes, 16 de junio de 2008

DEL AMOR AZUL



“Cuando el rostro azul de una niña azul, irrumpió por el sendero; los cadáveres como jazmines destrozaron la quietud de la noche.”
Ese estribillo comenzó a repetirse una y otra vez luego que tuviera aquel suceso: Salía de mi casa como todos los días camino al trabajo, los mismos colores, los vecinos de todos los días, el mismo ómnibus. Podía sentir en mi piel el aire fresco de la mañana y el sol en mi rostro. En un instante al bajar en mi destino y dar el primer paso, todo cambió a mí alrededor. Una oscuridad me rodeó y quedé paralizada. Lo que me pareció un siglo, fue un segundo en el espacio donde me encontraba. Se abrió bajo mis pies una línea azul brillante que se metía como una cuña en el negro absoluto. Estiré una mano y vi que mi cuerpo se confundía con el sendero. Extrañamente me sentía sin peso, flotando en un azul intenso y fue entonces cuando comencé a verlos. Eran cadáveres que emergían de sus tumbas quebrando la quietud de la noche. Parecían ramilletes de jazmines blancos que se encendían horadando las sombras. No sentía temor, era como si todo estuviera en su lugar. Los cadáveres-jazmines comenzaron a seguirme y a rodearme, a obstruirme el paso, repitiendo a coro el estribillo como un lamento. Fue entonces cuando sentí el primer tirón, una mano descarnada había arrancado mis dedos y se los llevaba a la boca absorbiendo el azul. Luego siguieron mis cabellos, mis brazos, mis ojos, todo mi cuerpo fue motivo de un festín en azul que encendía sus maltrechos esqueletos. Me multipliqué en cada uno de ellos y me metí en cada una de sus tumbas a la espera de que otra persona azul irrumpiera por el sendero. Al dar el segundo paso me encegueció la luz del sol y mi cuerpo se estremeció, dudé en seguir caminando pero mi celular había comenzado a timbrar.
Desde entonces no dejo de repetir ese estribillo que está en mi mente día y noche... día y noche...


Mónica Marchesky

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